jueves, 18 de octubre de 2012

Ojalá que se llame Amapola.


Saqué del armario la maleta de los mil y un viajes, arrastrándola con furia hacia la cama en la que tantas veces me habías mentido. Guardé el mapa de ninguna parte, un par de pantalones y casi ningún recuerdo.
Al fondo suena Extremoduro <<...Si te vas, me quedo en esta calle sin salida...>> Por favor Robe, no seas ingenuo, sabes que esa puerta existe, por algún sitio se tienen que haber ido... Tal vez está detrás de un "te quiero" de esos que son de verdad efímera. Si no la has encontrado es porque no has querido, no porque no esté.
Las dos horas siguientes las pasé repasando todos esos recuerdos por última vez antes de borrarlo, pensando en el viento y hacia donde me iba a llevar, en Barajas y en cuál de las terminales habría un avión que me dejase a más distancia del kilómetro cero de tu boca.
Porque un día estás en la cima del mundo, y al siguiente estás consumiéndote en mil cigarrillos, mientas intentas explicarle a cualquiera por qué te sientes así.
Y después de pensar dejé de hacerlo, cogí mi maleta de los mil y un viajes, y antes de llegar a la puerta la vi de reojo. En un marco de madera, inocentemente abrazadas. Hubo una leve sonrisa en mi cara. <<Zorra>> Le dediqué al retrato de mi amiga la que me lo quitó todo, mi Amapola querida. Rompí la foto en mil pedazos, ni aún abandonando esa casa quería que irrumpiese en el único lugar que quedaba ya como mío.
Doble pestillo y me voy, con la maleta a un brazo y el mechero encendiendo otro cigarrillo de las lamentaciones, huyendo, creyendo que por fin iba a encontrarle la puerta a mi calle sin salida.

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